Introducción

¿Donde se encontraba La Atlántida?

Incontables libros de gran valor se han escrito ya sobre el tema de La Atlántida. La mayoría de ellos, al igual que el legendario continente, se encuentran en el olvido. En muchos de ellos se han aportado numerosos y hasta muy precisos datos. Sobre sus costumbres, su tecnología, su localización, etc., de modo que en este humilde texto no pretendo demostrar una erudición sobre el tema que no poseo. Lo más que puedo plasmar son las voces e imágenes recurrentes que a toda hora me rondan y me hablan en analogías y metáforas.
Imaginemos que somos unos viajeros en el tiempo y que 13 mil años adelante en el futuro nos encontramos con personas que hicieran referencia a una leyenda que hablara sobre la existencia de una gran civilización del pasado, la nuestra. Una civilización con una compleja estructura política, económica y social y con una avanzada tecnología cuyos restos prácticamente hubieran desaparecido de la fas de la tierra, debido a la destrucción producida por el cataclismo y por el paso de los milenios transcurridos. Si nos encontráramos con personas capaces de concebir la realidad del viaje en el tiempo, primera dificultad. ¿Qué nos preguntarían?
¿Acaso dicha legendaria civilización para ellos sería identificada por la fuerza que la destruyó, y la denominarían Nuclearia?. ¿Y se hablaría de la capital de Nuclearia como un portentoso estado donde antaño existían imponentes construcciones rodeadas de jardines donde vivían hombres poderosos que manejaban la economía y la tecnología del imperio. De ciudades con grandes avenidas y veloces vehículos para el transporte terrestre, así como de dispositivos de comunicación fijos y móviles para el envío y recepción de imágenes, sonidos y textos que daban cobertura al planeta entero y de naves capaces de volar por los aires a gran velocidad y hasta capaces de viajar al espacio?. ¿Acaso aquella sociedad del futuro podría creer que en la antigüedad existió algo que se equipararía a su adelanto cuando la Historia se había borrado por completo y había sido necesario empezar todo de nuevo sobreviviendo en cavernas y re-aprendiendo a hacer fuego?
Ante las dificultades cotidianas, teniendo como prioridad para la mayoría el diario sustento, el resguardo de libros u otros tesoros del pasado sería de muy muy poca importancia. Así solo ruinosas piedras quedarían como testigos de ese pasado y los símbolos de los hombres, su escritura, poco a poco desaparecerían para, olvidados, enmudecer como las piedras. La tradición hablada y sus mitos pasarían a ser los únicos que conservarían la memoria más antigua de los hombres, tradición que se iría modificando y distorsionando igualmente con el paso del tiempo y sería afectada en su interpretación por el nivel de consciencia predominante como ocurre siempre con la Historia, no importa por qué medio se intente resguardar.
Entonces ¿cómo le responderíamos a esos humanos de nuestro futuro si nos preguntaran donde se encontraba Nuclearia?. Habría tantas posibles respuestas. Podríamos decirles por ejemplo que al igual que en el caso de ellos, nuestra civilización hablaba de haber sobrevivido a un gran cataclismo ocurrido 13 mil años atrás y que esa memoria se guardaba en los mitos de diferentes pueblos separados por un vasto océano que compartían voces entre ellas una predominante, Atl, asociada con el agua, que persistía como raíz en sus lenguas aun cuando estas habían variado tanto con el paso del tiempo que eran ya incomprensibles entre si.
Por ese motivo habíamos convenido, a falta de una mejor denominación, en llamar Atlántida a esas civilizaciones existentes en un extenso intervalo de tiempo y Atlántico al océano donde los mitos señalaban que se encontraban sumergidas sus principales capitales. Pero tendríamos igualmente que decir que nuestra civilización nunca fue conocida por nosotros como Nuclearia.
¿Pero cómo les diríamos que nos llamamos entonces? Referirnos a nosotros mismos como Cultura Occidental, si bien podría abarcar una extensa parte del planeta a lo largo de los milenios hasta el siglo XX, no representaría a incontables pueblos, entre ellos a los más profundamente conectados con la Tierra y su visión sagrada, como son los pueblos originarios de América, o las tribus africanas o los aborígenes australianos, etc. Igualmente otras elevadas y refinadas culturas como la hindú, la árabe o la china quedarían fuera.
Pero como ocurre con el mito, que para preservar lo esencial o una parte al menos de lo más representativo de extensos periodos de tiempo, debe sacrificar una buena parte e incontables detalles, igualmente aceptemos que la historia de esa legendaria Nuclearia es efectivamente la historia de lo que nosotros llamamos la civilización occidental cuya influencia se ha extendido a casi la totalidad del planeta.
Pero entonces ¿cómo responderíamos a la pregunta sobre donde se encontraba y como se llamaba la capital de ese imperio conocido en ese hipotético futuro como Nuclearia?. Quizá algunas versiones dirían que esa respuesta podría depender del tiempo donde grandes culturas surgieron, que en algunos momentos estuvo en África, en la ribera del Nilo, en Egipto y fue llamada Menfis y más tarde Tebas y con el paso del tiempo un gran imperio tendría su sede un poco más al norte, en Alejandría. Otras dos civilizaciones-madre, consideradas fundamentales para la cultura occidental florecerían en las Islas de Creta y Grecia, la Minóica y mas tarde la Helénica cuya principal capital-estado sería Atenas. Ellas darían paso al surgimiento de otro gran imperio, el imperio romano cuya sede imperial, Roma, extendería su esfera de influencia por todo el mediterráneo, y de allí, con los siglos se expandiría hasta abarcar buena parte de una zona llamada Europa, y hasta el medio oriente mil años más tarde durante unas guerras religiosas llamadas cruzadas para, medio milenio después, extenderse hasta otro continente conocido como América donde se establecería la sede de un nuevo imperio mundial, que florecería y  sería conocido como los Estados Unidos de América.
Pero esta visión histórica muy resumida y por tanto limitada, deja de lado incontables hechos sobre todo lo ocurrido en extensas regiones de la tierra a lo largo de los milenios, como son por ejemplo elevadas culturas madre de oriente medio como las surgidas en Mesopotamia. Lo mismo ocurre para los extensos territorios de la actualidad conocidos como África, China, Rusia, Groenlandia, la Antártida y hasta la propia América ancestral. La memoria de sus ciclos no es recogida incluso en el presente por numerosos estudiosos de la historia de la cultura occidental. ¿Cómo podemos entonces esperar que sea recordada 13 mil años después?. ¿Como podemos recordar incontables detalles de esa legendaria Atlántida? Y ¿cómo podemos responder a la pregunta sobre los detalles de su capital?
Regresando a nuestra experiencia podríamos decirles a quienes nos interrogaran, que el antiguo imperio romano había sobrevivido de alguna manera transformándose en un centro de influencia mundial conocido como El Vaticano y el nuevo imperio tenía su sede en una ciudad llamada Washington, dos de las principales ciudades de poder de aquella civilización conocida por ustedes como Nuclearia cuya influencia religiosa, económica, política, militar, científica y tecnológica se había impuesto como verdad única que alcanzaba los más apartados confines del planeta.
Igualmente en la etapa más obscura de Nuclearia una elevada tecnología espiritual de antaño había sido ocultada para que, olvidada por la mayoría, sirviera solo a aquellos que, habiendo sido iniciados en su manejo, se sirvieran de ella para sus fines personales de manipulación y control de masas. Dirigentes que siendo reflejo del nivel de consciencia colectivo predominante parecían actuar para el bien de la humanidad cuando en realidad solo estaban interesados en los propios beneficios y los de su grupo. Pero aun así era evidente, hasta para el más profano, la intencional traza geométrica de aquellas fastuosas capitales donde destacaban cúpulas y obeliscos, cuyas energías concentradas y su propósito eran invisibles, para la mayoría durmiente quienes apenas las consideraban meras construcciones, pero que de hecho eran mucho más que solo inocentes símbolos de aquel vasto imperio donde sus más altos dirigentes realizaban diversos rituales, algunos obvios y visibles, pasando por los sutiles hasta los más secretos, dedicados todos al culto de la divinidad material que, como una forma de crucifixión, mantenía sometidos a los hijos de Dios por medio del miedo.

Así por analogía diríamos que sí, efectivamente, en las ciudades de aquel vasto imperio Atlante que llegó a extenderse por toda la faz de la tierra, entre ellas la conocida como Poseidonis una de sus legendarias ciudades capitales, era común el uso de una traza geométrica y en ella se asentaron majestuosas construcciones, palacios hechos de piedras, adornados con exquisitas telas y lujosos mobiliarios, rodeados por jardines y fuentes donde los hombres más poderosos gobernaron y vivieron y que en su etapa menos elevada, producto de su desmedida ambición y manejo irresponsable de energías físicas, mentales y espirituales atrajeron hacia ellos mismos un gran cataclismo.
Pero aquello no siempre había sido de esa manera. En los orígenes de aquel episodio de la historia de la humanidad conocida por nosotros como La Atlántida, como al inicio de cada nuevo ciclo, había predominado la consciencia espiritual superior diseminada por los hijos de Dios que estaban en contacto permanente con el corazón del Dios único. Así había nacido, ése era su origen y, por ello, el nombre con el que lo conocían quienes en él vivieron era: El primer corazón de Ptah (AHA-MEN-PTAH), el que milenios después los griegos fonetizaron como Amenta.
Después del diluvio que destruyera lo que denominamos La Atlántida diversos grupos sobrevivientes se asentaron en diferentes puntos del planeta, entre ellos la región que fuera conocida en tiempos atlantes como Necropan, donde nuevamente guiados por los hijos de Dios intentaron acortar la distancia entre las realidades material y espiritual. Así nació: El segundo corazón de Ptah (ATH-KA-PTAH), al que los griegos llamaron Egipto.
Desde hacía milenios atrás un ininterrumpido linaje de altos iniciados se había encargado de custodiar en secreto diversos lugares y objetos sagrados, especialmente uno entre ellos proveniente de la propia Amenta guardaba la profunda memoria de la más elevada tecnología espiritual y había sido siempre custodiado entre las pirámides de Incalia, como se les denominaba a las provincias atlantes de lo que hoy conocemos como América.
Olmecas del ciclo anterior, hijos de Dios herederos conscientes del legado de la antigua Lemuria lo habían custodiado en Teotihuacan resguardando sus energías por medio de una colosal pirámide construida sobre una antigua cueva natural. Allí igualmente habían erigido una grandiosa ciudad, de traza simétrica y cargada de simbolismo, edificada con el propósito único de elevar el nivel espiritual de la humanidad y de iniciar a quienes habían aceptado la misión de destinar sus vidas exclusivamente al servicio del cosmos. En aquellas máquinas sagradas, como en los mejores tiempos de Lemuria, Amenta y posteriormente en Egipto, por medio de rituales, se abrían portales a través de los cuales el iniciado tenía acceso a vivencias en planos superiores mentales y espirituales y los hombres alcanzaban una elevada consciencia, convirtiéndose entonces en dioses.
De manera similar al caso del arca de la alianza y sus energías custodiadas, llevada por Moisés fuera de Egipto y que muchos siglos después vinculara a los caballeros templarios y a las grandes catedrales con el conocimiento custodiado en el templo de Salomón, altos iniciados de la hermandad blanca de Quetzalcoatl se encargaron de que el objeto sagrado fuera llevado de Teotihuacan a Tula, la capital imperial tolteca para siglos después ser resguardado en los templos de la capital imperial azteca, la gran Tenochtitlan. Allí sus secretos custodios, en espera del cumplimiento de una cósmica cita, aguardaban el reencuentro con altos iniciados templarios procedentes de allende el mar para depositar el objeto en una cripta secreta ubicada bajo el altar principal de la catedral de México construida en el corazón mismo de un territorio que, revitalizado por la fusión planetaria de culturas  y razas, daría origen a una nación con una gran misión.
Oculta en la cámara subterránea de esa catedral, teocali mayor de los nuevos tiempos edificado sobre los restos de antiguas pirámides, se resguardaba el símbolo supremo custodio de claves que deberían ser entregadas a los guerreros de otras dimensiones quienes se habían prestado como voluntarios para viajar en el tiempo y colaborar con la reactivación de la maquinaria sagrada que ayudaría a dar nacimiento al tercer corazón. Sin embargo la tarea no sería fácil, el sometimiento y de ser necesario hasta la aniquilación de esa nación y su profunda herencia sagrada eran objetivos clave del imperio mundial a fin de evitar un despertar colectivo a una herencia espiritual que, de ocurrir,  irremediablemente significaría su caída.
Así pues las leyendas de Lemuria y la Atlántida, la historia del Tíbet y el antiguo Egipto convergen en este portentoso objeto resguardado siempre por altos iniciados entre máquinas sagradas y da origen a la epopeya de ME XHIC CO, la esperanza del nacimiento del tercer corazón que puede cambiar el destino de toda la humanidad.

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